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EL SERVICIO QUE MERECEMOS

Vivimos los tiempos del cliente engreído (chocho, ¿no?).  Se equivoca el que le pide a la mesera que (por lo poquito que paga) le hable serena y gesticule una sonrisa.  Peca de ingenuo el que se sube al taxi y espera volumen bajo y velocidad moderada. Hay que compadecerse del pobre diablo que a la cajera del supermercado le reclama un “buenas noches” o “muchas gracias”.  Hay que enseñarle al cliente de nuestros tiempos, frágil y paranoico,  que la calle no es su casa y por lo tanto ni la mesera lo atenderá como su madre,  ni el taxista como su padre  ni la cajera como su hermana.  Aleccionemos al cliente engreído (chocho, ¿no?) en el arte de la indiferencia,  porque solo con los ojos del distraído, del que está siempre de paso, dejará atrás cualquier padecimiento.  No debe el cliente actual esperar de la mesera otra cosa que no sea que le traiga (eso sí, caliente) la comida;  ni del taxista otra cosa que no sea llevarlo (sin mucho tráfico) de un sitio

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